jueves, 9 de noviembre de 2017

¿A Quién vio Ángela Lucia?


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Carlos Daniel Bermúdez Pinzón

   Hace algunos años en los noventa para ser más preciso, en la Boyacá cerca de las américas presencié un accidente. Llegué unos segundos después de sucedido. Una tracto- mula había atropellado a una mujer joven, vestía uniforme de profesional de salud. Quedo poco de ella. Mi corazón se conmovió profundamente, me atravesó una sensación.  

   No demoré mucho allí la vibración era muy intensa, tuve que retirarme. Los siguientes momentos, días, persistió acompañado con el sentir de una presencia que no me dejaba. De día, de noche la sentía ahí junto a mí, el cuerpo experimentaba sensaciones. A los cuatro días me reuní con una amiga, una mujer chilena de sesenta años de esas que se les conoce como abuelas, poseedoras de una sabiduría ancestral. El andar en búsquedas diversas me había permitido conocerla meses atrás. 

   Lo primero que me dijo al verme fue: “Hoy vienes más acompañado”

   Le conté el evento del accidente, mis sensaciones diurnas y nocturnas. Ella conocía mi trabajo apoyando algunas organizaciones y personas víctimas de la violencia, especialmente en la parte de dolientes por la pérdida de un ser querido.

   Me explicó que cuando los seres mueren de “forma inesperada” como en un accidente, o un asesinato, casi ni se dan cuenta hasta que ven su cuerpo energético por fuera del físico.  Lo primero que hacen es que en su inesperado salto, se sienten atraídos por la luces de los seres alrededor, se acercan a ellos para elaborar su momento. Me dijo que en aquella ocasión entre los muchos espectadores entorno al accidente, ella se sintió atraída por mí vibración y por decirlo de alguna manera se me pegó.  La elección, según mi amiga,  fue dada porque cuando un ser trabaja el duelo se llena de cierta energía que ayuda a seres fallecidos, lo cual es un atractivo poderoso ella simplemente se sintió segura. Durante nueve días exactos como me indicó estuvo a mi lado y después solo se fue, pudo seguir su camino.
   
   Muchas veces sin saberlo somos las luces para los seres que se desprenden repentinamente.

   Anoche una pregunta rondaba en mi mente al recordar esta historia y era la siguiente: 

 ¿Y nuestra querida amiga Ángela Lucia en el abrazo de la muerte, que luz vería, con quien  elaboraba su desprendimiento?

   Así me fui a descansar. Esta madrugada realicé como es frecuente la sentada de meditación, antes de escribir bendiciones y otras cosas. Finalizando el imaginal de mi Dama María pasó frente a mi sin detenerse y dijo: “A mí”  

   Inmediatamente recordé lo que dijo Sandra en una conversación de la noche anterior:

 “La promesa que hacemos a María en la legión jamás nos abandona, incluso así no practiquemos en un Praesidium, siempre está con nosotros”.

   Fugazmente salté  la certeza plena que nuestra Ángela Lucía en ese abrazo de la muerte no vio a un transeúnte humano, ni aún espectador de su accidente, Vio a La Virgen María, su protectora, su cuidadora y amada madre.   

     Los imaginales no me dejaron así, me evocaron el encuentro que tuvimos Norma Lucia y yo el lunes entre las cuatro y las cinco treinta. Como nunca lo hemos hecho ese día nos citamos, dejamos familia, asuntos y caminamos por Modelia hasta un oratorio en la parroquia Madre  de las misiones, de la Consolata, uno de esos santuarios al que me gusta ir de vez en cuando. Allí  con Norma Lucia entramos y oramos frente a la imagen de cuerpo completo del sagrado corazón de Jesús, aunque no está la imagen del sagrado corazón de mi Dama, siempre donde está uno para mi están los dos. Fue un momento similar a los que hacíamos en la capilla de la universidad Nacional a veces alternados con Alberto, con Lady, con Amanda, con Ricardo,  con Alvaro, con Yolanda, Con Joaquim, con Alirio, con Roxana, Con Lorena, con Pressy, Oscar, Mónica, Flavio,… Nuestra oración allí en aquel oratorio era de todos, aún estando solo los dos físicamente en aquel momento.

  Esta madrugada la imaginación me hizo consciente y me mostró que efectivamente Norma Lucía y yo estábamos allí  e imaginalmente en el corazón todos los demás los que he nombrado y los que seguimos juntos ahora: Cesar Leonardo, Jazmine, José Daniel, Catalina, Diana, Mily, Nancy, Cielo, Giovanny, Sandra del Pi, Sandra Guerrero, Olga Lucia, Ángela Andrea… todos estaban presentes a nuestro alrededor, descubrí a Ángela orando, sonriente, tan feliz de estar juntos que en el momento hoy cuando estaba sentado sobre mi zafu, mi cojín de meditación, experimenté una sensación intensa que atravesó mi corazón.

  Tuve entonces certeza que la sincronía de hallarnos Norma Lucía y Yo ese día, veinticuatro horas exactas al abrazo de la muerte,  entre las cuatro y las cinco treinta de la tarde, se relacionó con todos nosotros y en especial con nuestra querida Ángela Lucía que se hizo presente para orar y gracias a María regalarnos ese instante eterno que hoy les narro. Todos en ese oratorio de nuestra señora de las misiones, dedicado al sagrado corazón estuvimos ahí, juntos orando con nuestra hermana querida.

Y ahora en este instante no dejo de escuchar el susurro de María: “A mí”. Ángela Lucía en el abrazo de la muerte solo vio la luz de ella, se fue y unió a ella. La promesa así se había cumplido, Madre e hija están juntas. 

Bendiciones para todos

En Gassho 

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